domingo, 25 de octubre de 2020

Otoño

 El olor del otoño es muy de temprano por la mañana. 

Mañanas de calor en los hogares y frío en las calles y en los campos. Mañanas de sol brillante pero blando, que consigue hacer emerger la humedad de la tierra (aún cálida del verano) lenta y visiblemente, sólo al trasluz, en forma de nubes finísimas como de cementerio.

El olor del otoño que yo conozco sólo puede saborearse en el campo, porque huele a tierra y a cortezas húmedas, a hojas de pino, a trufas y a setas. También puede oler a humo de olivo, si los campos han empezado a quemar sus sobrantes de la poda...

Pero, sobre todo, huele a cambio: cambio de vientos, cambio de hora, cambio de luz, cambio de hábitos...

En algo sí que hemos vuelto a la normalidad: el otoño sigue oliendo igual. Es un comienzo.


Copyright: Marko Milivojevic photography




miércoles, 8 de abril de 2020

Presencia

Colorido dibujo: Cantante. Una mujer rodeada por notas canta una ...


"Cuando pierda todas las partidas..."
Me levanto y escucho la canción en mi cabeza una y otra vez. Dejo de corregir, y me inunda los resquicios de la mente la musiquita (sin la letra, que nunca me la he sabido, en realidad); termino una conversación con mi madre, me levanto y me dirijo al baño al ritmo de "Resistiré".
"De alguna manera tendré que olvidarte...", cantaba Aute antes de morir, y todos se han apresurado a hacerle homenajes desde sus redes diversas. Nadie pensó que se podría referir a la dichosa canción del Dúo Dinámico, ¡pero a mí me parece que estaba hecha ex-profeso!

Leyéndome, parecería que este encierro me tiene algo desquiciada, pero no es verdad. Mi madre ha venido a salvarme. Sí, sí, ya sé que les he dicho a todos que fui yo la que la rescató de su soleado piso en el centro de Málaga, la segunda ciudad con más casos de coronavirus, en cuanto supe que se iba a proclamar el decreto del encierro. Pero lo cierto es que ha sido ella la que me está salvando a mí. Y no puedo evitar tener la sensación de que no la estoy aprovechando. Charlo con ella durante el desayuno, mientras preparamos la comida (a veces, porque la mayoría de los días la prepara ella sola), mientras tratamos de ejercitar las piernas rodeando la casa, con el té de las cinco... pero no puedo evitar tener ese pellizquito en el estómago que me dice que esta es una oportunidad de oro para mí, su hija, de hacer algo significativo con ella... Quizás las palabras estén sobrevaloradas, quizás las acciones queden mejor en la memoria, pero tampoco soy yo mucho de acciones, y no sé a ciencia cierta si lo estoy haciendo bien, si permito que se encuentre tan cómoda como si estuviera en su casa o si por el contrario no hago más que recordarle que es una invitada... Llevamos ya más de veinte días de encierro, y aunque en el campo no se hace tan patente, la conozco, sé que ella valora sobre todas las cosas su independencia, valerse por sí misma, ser útil... Tengo que conseguir que ella esté a gusto en mi casa como si estuviera en la suya.

Ya sé lo que tengo que hacer, aunque me cueste trabajo. Veré si lo consigo.

Gracias por dejarme escribir mis ideas conforme se me van ocurriendo. Me ayuda.

domingo, 16 de febrero de 2020

Ausencia

Imagen de shutterstock.com
Nada estimula mis sentidos -nada que oler, oír o ver- en esta mañana de domingo. Pero mi mente necesita fijar su atención en algo, y no sé cómo mantenerla ocupada, a pesar de que hay varias decenas de trabajos de mis alumnos que debería estar corrigiendo. "Ahí tienes la solución", diría alguien sensato que estuviera escuchando mis pensamientos... Pero mi mente insiste en pedirme alimento de otra clase, del que no es obligatorio, del que llena el cuerpo de bienestar momentáneo -como lo dulce y lo salado- aunque luego te inunde de culpa.
Bueno... Quizás este escuchar mis pensamientos, un momentito sólo, le haya dado a mi mente la calma que necesita para ponerse a trabajar en lo que hoy es nuestra obligación.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Lluvia de septiembre


Es el sonido de lo nuevo, el sonido de algo largamente esperado. Es sutil, al principio. Lenta, pero contundentemente, caen los primeros goterones, en cuanto ha parado un poco el viento de levante,  dejando un espacio entre unos y otros como si midieran el espacio que deben dejarse para caer, como una contrarreloj de gotas. Es en esos momentos iniciales cuando te invade el olor más universalmente evocador del planeta: el olor a tierra mojada. Aunque en realidad, seria más exacto decir el olor de la tierra cuando empieza a mojarse, pues una vez que se ha empapado de agua, la tierra ya no despide ese mismo olor. Al cabo del tiempo, empiezan a perseguirse a la velocidad de los ciclistas en llano pasando por tu lado... Es imposible distinguirlos en el pelotón.  A mi tío Ángel le gustaba ver llover en el campo. Quizás por ser de una tierra en la que ocurre tan poco. No puedo evitar acordarme de él  con las primeras lluvias del final del verano, cuando el agua cae para refrescar el aire, limpiar el azul del cielo y callar a los pájaros, las abejas y los gallos, a los que se empieza a oír en cuanto las gotas aumentan otra vez la distancia entre ellas.

jueves, 30 de agosto de 2018

Final


Tormentas de verano. Viento del sur que acerca la húmeda costa a la sierra. Recuerdo mi infancia en el Rincón de la Victoria salpicada de raros días sin el calor del sol y con el agradable olor a tierra mojafa, que anunciaban el final del verano, la vuelta a casa de los amigos de Madrid y de Eibar, las mañanas de viaje a la capital para la compra de uniformes y material escolar. Entonces, cuando las vacaciones eran eternas, un dia como el de ayer significaba mucho más que el final del verano.  Era pasar de la libertad a los horarios, de los espacios abiertos a nuestro cuarto para tres, de hablar con todas las personas con las que nos cruzábamos, a un simple buenos dias en el ascensor y con la cabeza gacha. Por eso nos entristecían los días como el de ayer. Ahora, sólo es curioso que amanezca un día nublado en la sierra, y lo achacas al cambio climático y ya está. "¡Ah, cómo hemos cambiado!"

lunes, 20 de agosto de 2018

Reflejo




Me relaja ver las sombras alargadas que produce el sol de la tarde en el suelo o en la pared. Se me ocurre que son como una especie de copia de seguridad del objeto real, o mejor, un duplicado provisional en la memoria ram del mundo, una forma de mirar las cosas tangencialmente, evitando la confrontación pero, quizás precisamente por ello, ayudándonos a entenderlas.

Ojalá pudiera ver de la misma manera mi vida y la de mis seres queridos. Ojalá  hubiera una forma de proyectarlas en la pared y poder ver, de manera clara y objetiva, los claroscuros, las zonas de sombra y las de luz, dónde acertamos y dónde nos equivocamos. Separarme de los problemas lo suficiente como para poder ver la solución en ellos (porque los problemas, como dice mi madre, si no tienen solución, es que no son problemas, y por tanto, deben dejar de preocuparnos). 

Pronto caerán las hojas del almendro, las proyectadas y las de verdad. Y eso significará que los problemas serán otros; menores o mayores, pero otros, porque siempre hay problemas. Contar con ellos es una forma de asumir nuestro paso por la vida, no como por un valle de lágrimas, como intentaron inculcarme a mí, sino como por un videojuego, en el que siempre hay que ir superando obstáculos, pero que en realidad nos divierte. 

Una cosa es segura: necesito recordar todo esto que he escrito. Por eso lo he escrito, claro.

sábado, 18 de agosto de 2018

Ajoblanco con uvas



Las avispas se vuelven más pegajosas conforme madura la uva. En algún sitio leí que tenía que ver con el exceso de azúcar,  que las volvía "hiperactivas". Estadísticamente,  tengo más probabilidades de que me pique una avispa al final del verano que al comienzo, y eso que leí, lo explica. El zumbido se vuelve por eso más amenazador a mis oídos en agosto, pero sólo tengo que ser precavida y alejarme de las uvas a partir de la salida del sol.

Me resulta curioso que la uva madure a la vez que las almendras. Me he dado cuenta este año, mirando por la ventana y viendo el almendro de un color predominantemente marrón y las uvas de la parra, en un primer plano, ya pintadas de rosado. Quizás la sabia a la que se le ocurrió hacer el gazpacho de almendras y tomarlo con uvas también veía una parra y un almendro desde su ventana... Es mucho imaginar. Y también puede que fuera un flojo ingenioso el que, en el descanso de su peoná, y teniendo el ajo blanco preparado y un racimo de uvas de postre, se le ocurrió comerlo todo junto porque se le había hecho tarde y tenía poco tiempo para comer... Los demás le dirían "¡¿Ajo blanco con uvas?!" con cara de asquito, y él, con la boca llena por el sabor de la nueva mezcla,  diría "¡Pues está muy bueno!", y luego se extendería  por la comarca y ahora es el motivo principal por el que me encanta tener una parra y un almendro en mi casa, para hacer ajoblanco con uvas, como me enseñó mi madre. 


miércoles, 15 de agosto de 2018

Sombra


Sombra dibuja péndulos con la punta de su cola desde la cima del sofá. Ha subido ahí diligentemente al oír cómo le provocaba yo rascando la funda que lo cubre, como demostrando que toda la casa le pertenece y que no hay rincón que no pueda hacer suyo. No le importa si me siento a su lado, al menos no dice nada en contra, pero me deja claro que ella está por encima.

Le hace honor a su nombre. Todos los gatos son un poco ninjas,  pero Sombra vive en un minúsculo  apartamento atiborrado de libros y papeles en el que todo parece dispuesto para camuflarla. El apartamento fue la casa de verano de mis padres hasta que el quinto hijo tuvo que dejar la cuna que compartía habitación con el matrimonio. Ese año la familia alquiló un piso más grande en la misma localidad costera de Málaga y reconvirtió el apartamento en academia de verano. Hoy en día, es la vivienda de mi hermana del alma, mi sobrina Carmen, ahora en Alemania,  y la gata Sombra.

Sombra se oculta muy bien. El apartamento se divide, como las plazas de toros, en dos zonas bien definidas, una de sol (la que da a la calle) y otra de sombra (que da a un patio interior), y Sombra suele quedarse merodeando desde la intersección de ambas, como dispuesta siempre para la huída o para el ataque. Quizás sea porque aún no sabe bien si soy o no súbdita suya, ya que al maullarme explícitamente en el baño para que le diera de beber en el bidé, la he ignorado altivamente... Sólo intento que no me coma el terreno demasiado rápido,  aunque sospecho que no tardaré en rendirme a sus encantos.

¿Dónde se habrá escondido ahora? No he tardado mucho en rendirme.

lunes, 13 de agosto de 2018

Río


Sigo con mis ejercicios de concentración o meditación. Fijo la atención en algo de lo que me rodea e intento describirlo. Ayer fuimos al río.  Solemos hacerlo, para desentumecer cuerpo y espíritu. Y ayer estaba bastante entumecida... Dicho queda. Este es un paseo que me gusta  especialmente. Y creo que es porque se ve el río en todo momento. Intento disfrutar de todos los sentidos, pero siempre la vista y el oído prevalecen (son unos mandones). Me esfuerzo por sentir los olores y diferenciarlos, pero el spray antimosquitos que uso desprende una fragancia intensa a geranios  que oculta cualquier otra información olfativa. Y salir sin el spray es innegociable, lo siento. 

Como la vista y el oído lo inundan todo, no voy a resistirme. Los sonidos son especialmente relajantes: el agua que corre caudalosa (Rafa dice que deben haber abierto la balsa del pantano), con un tono verde oscuro metalizado que, en los recodos en los que coge carrerilla, se vuelve azul metalizado con vetas de rizos blancos y un ruido potente, casi de central eléctrica pequeñita. Pasado ese recodo, se ve un camino de fresnos, robles, álamos y zarzales, más o menos plano y despejado al principio, pero que se va cerrando a la vez que se ondula el terreno cubierto de hojas secas de álamos, de un color blanco rosaceo. Todo el rato se escucha el ruido de mis zapatillas acolchadas sobre la arena o la gravilla y, cuando me detengo, el de los pájaros ocultos por la vegetación. Desconozco sus nombres, pero distingo el golpeteo de uno, el suave trino de otro y el ulular (cansino) de las tórtolas. 

Parece que mi nariz se ha acostumbrado al olor del antimosquitos,  porque de pronto me sorprende un olor que conozco bien: el de la hierbabuena (Rafa dice que parece más bien poleo-menta, pero mi olfato poco entrenado no los distingue), y efectivamente, distingo varias agrupaciones verdes que bien podrian ser de poleo (o de hierbabuena). Me congratulo por mi primer acierto. Ya tengo la nariz lista para reconocer olores... En mala hora... antes de divisar con la vista el rebaño de ovejas, oigo el acompasado tolón-toloneo de sus cencerros y, segundos después,  sin lugar a dudas, me llega el dulzón aroma de excrementos frescos que desprende el rebaño. No es desagradable el olor. Pero sí  lo que evoca. 

Nuestra bodeguera, Lara, nos acompaña siempre. Seguro que ella describiría el paseo de forma diferente. ¡Ese puede ser un reto para el próximo ejercicio!

domingo, 12 de agosto de 2018

Sol

foto de Angie Valero

Durante los veranos, Andalucía suele ser el reino del sol. Un sol a saco, despiadado, intenso, todopoderoso. Por eso hemos desarrollado formas de escondernos de él, como los emparrados, chambaos, sombrillas, toldos, sombreros y cremas protectoras. Todos procuramos no exponernos demasiado a sus rayos. Todos, menos mi madre. Si tuviera que elegir algún símbolo para referirme a mi madre, el sol sería su avatar perfecto, pues lo reverencia, lo persigue en verano y lo añora en invierno -las pocas veces que en Málaga no se deja ver. Al verla, cualquiera diría que su piel pecosa -es castaña de pelo pero pelirroja de piel- ya no admite más sol. Pero mi madre siempre busca su ratito de comunión con este dios que es como un antidepresivo para ella. Por eso en invierno se la puede ver leyendo el periódico -mientras se termina de hacer el puchero- en la terraza; y en verano, no duda en coger el bus que la lleva a los Baños del Carmen cada día que le dejan libre sus otros quehaceres. En mi opinión, tiene la extraña fuerza  de los "yonquis", pues yo, que puedo tomar mi dosis con sólo dar cinco pasos, jamas soy tan constante.


Puedo decir muchas cosas de mi madre: es honesta, abierta de mente y cabezota a la vez, trabajadora, tenaz, generosa, inteligente, sabia, muy atenta y cariñosa a su manera. Sin embargo, a pesar de todos los calificativos que he usado para definirla,  la tengo asociada con el verano y con el sol, ese sol que ella busca sin descanso y con fruición cada día, para obtener su dosis de serotonina que le ayuda con todo lo demás.  

Antes lo he dicho como de pasada. Ahora quiero subrayarlo. Mi madre es sabia. Con esa sabiduría que ayuda a vivir bien a pesar de los problemas que siempre se cruzan en nuestro camino. Y el sol del verano me ayuda a tenerlo presente. 

miércoles, 8 de agosto de 2018

Conflicto

De repente, alguien, una recién llegada, ilumina tu visión sobre otra persona a la que crees conocer demasiado bien, y te hace dudar, y te hace ver a otra persona. Y te preguntas cuál de las dos personas será en realidad... Te lo preguntas porque te va la vida en ello, la tuya y la de esa persona a la que crees conocer tan bien, y a la que quieres tanto como a ti misma. Porque sólo quieres que le vaya bien. Sólo quieres que sea feliz como tú lo has sido. Pero te han hecho ver su tristeza y rezas para que sea una fase y no algo que estás provocando con tu misma ansia por hacerle feliz, proyectándole tus miedos e inseguridades sobre su futuro, inyectándole el suero del conflicto interno que desconoces porque tú tenías un buen espejo en tus padres y temes no ser un buen espejo para él.

De repente, lo oyes silbar despreocupado, y piensas que eras una tonta al temer por él. Y te dices a ti misma, que siga así, por favor, que siga así.

dibujo de Angie Valero

martes, 7 de agosto de 2018

Siesta


Solía no aguantar yo ni frescor ni ruido de ventiladores, ya fueran de techo o de mesa, pues se me cogía  el odioso pinchazo en la garganta que se convertía luego en tos perruna que derivaba después en dos meses de resfriado. Eso era antes. AM. Antes de la Menopausia. Y ACV: Antes del Calor de este Verano. La menopausia ha conseguido que lo que antes me ocurría casi con la misma regularidad que el periodo -resfriarme- ahora no sea más que una anécdota molesta en mi vida. Y el calor de estos días de verano me ha convertido en amiga incondicional de los ventiladores.  Gracias a ellos he conseguido dormir una siesta como las de AM. Antes de la Madurez, es decir,  cuando era requetejoven. Sin importar que las sábanas no tuvieran un lado más fresco al moverme; aprovechando el rítmico zumbido circular del ventilador para caer en una especie de trance; perfectamente ensamblada con mi huella en el colchón,  entro y salgo con asombrosa facilidad de varias fases de sueño profundo que consiguen durar la apabullante cantidad de dos horas y media una detrás de la otra. Cuando despierto, mi estómago me dice que ha sido una forma difícil de hacer su trabajo después de comer. Pero el resto de mi cuerpo, arrastrado a la fuerza de la cama al ver la hora en el móvil, se regodea con la futura sensación de bienestar físico y anímico que le invadirá en cuanto se sacuda los últimos bostezos de encima.


foto de Angie Valero

lunes, 6 de agosto de 2018

Luna

Lunes, 6.08.18
8:30 AM.

No hay foto para esta entrada. Una pena, porque la tengo en la cabeza como si estuviera delante de mis ojos. Se quedó grabada en blanco resplandeciente y negro en mi cerebro. Pero no pude sacar la foto. 

Anoche pudimos dormir con todo abierto, sin el ventilador -una experiencia que ya había olvidado después de cinco días de levante- y respirando un aire fresco del sur con olor a tierra húmeda de la ribera del Guadalete que nos llegaba por la ventana que ahora tenemos sobre el cabecero de la cama. La otra ventana, la que da al este, no ofrecía más que visiones en  penumbra de las ramas de los olivos, el monte y algunas estrellas.

No sé  qué  hora sería,  pero en medio de la noche, me despertó una luz blanca intensa, pero dulce a la vez, entrando en mi habitación.  Me daba de pleno en la cara, sin cegarme. A pesar de lo mágico de la escena, necesitaba dormir, así  que cerré los ojos y le volví la espalda a la luna, pero ya fue muy difícil conciliar el sueño. Pensamientos perturbadores sobre el futuro oscuro me ocupaban la mente. Esta mañana, sin embargo, sólo quedaba la imagen de la luna en mi ventana del este, y los pensamientos sobre el futuro,  aunque seguían ahí,  ya no me perturbaban tanto...

No extraña que tantas historias de miedo tengan como escenario imprescindible la oscuridad y la luz débil, como de otro mundo, de la luna menguante.

dibujo de Angie Valero