lunes, 20 de agosto de 2018

Reflejo




Me relaja ver las sombras alargadas que produce el sol de la tarde en el suelo o en la pared. Se me ocurre que son como una especie de copia de seguridad del objeto real, o mejor, un duplicado provisional en la memoria ram del mundo, una forma de mirar las cosas tangencialmente, evitando la confrontación pero, quizás precisamente por ello, ayudándonos a entenderlas.

Ojalá pudiera ver de la misma manera mi vida y la de mis seres queridos. Ojalá  hubiera una forma de proyectarlas en la pared y poder ver, de manera clara y objetiva, los claroscuros, las zonas de sombra y las de luz, dónde acertamos y dónde nos equivocamos. Separarme de los problemas lo suficiente como para poder ver la solución en ellos (porque los problemas, como dice mi madre, si no tienen solución, es que no son problemas, y por tanto, deben dejar de preocuparnos). 

Pronto caerán las hojas del almendro, las proyectadas y las de verdad. Y eso significará que los problemas serán otros; menores o mayores, pero otros, porque siempre hay problemas. Contar con ellos es una forma de asumir nuestro paso por la vida, no como por un valle de lágrimas, como intentaron inculcarme a mí, sino como por un videojuego, en el que siempre hay que ir superando obstáculos, pero que en realidad nos divierte. 

Una cosa es segura: necesito recordar todo esto que he escrito. Por eso lo he escrito, claro.

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