martes, 7 de agosto de 2018

Siesta


Solía no aguantar yo ni frescor ni ruido de ventiladores, ya fueran de techo o de mesa, pues se me cogía  el odioso pinchazo en la garganta que se convertía luego en tos perruna que derivaba después en dos meses de resfriado. Eso era antes. AM. Antes de la Menopausia. Y ACV: Antes del Calor de este Verano. La menopausia ha conseguido que lo que antes me ocurría casi con la misma regularidad que el periodo -resfriarme- ahora no sea más que una anécdota molesta en mi vida. Y el calor de estos días de verano me ha convertido en amiga incondicional de los ventiladores.  Gracias a ellos he conseguido dormir una siesta como las de AM. Antes de la Madurez, es decir,  cuando era requetejoven. Sin importar que las sábanas no tuvieran un lado más fresco al moverme; aprovechando el rítmico zumbido circular del ventilador para caer en una especie de trance; perfectamente ensamblada con mi huella en el colchón,  entro y salgo con asombrosa facilidad de varias fases de sueño profundo que consiguen durar la apabullante cantidad de dos horas y media una detrás de la otra. Cuando despierto, mi estómago me dice que ha sido una forma difícil de hacer su trabajo después de comer. Pero el resto de mi cuerpo, arrastrado a la fuerza de la cama al ver la hora en el móvil, se regodea con la futura sensación de bienestar físico y anímico que le invadirá en cuanto se sacuda los últimos bostezos de encima.


foto de Angie Valero

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