domingo, 12 de agosto de 2018

Sol

foto de Angie Valero

Durante los veranos, Andalucía suele ser el reino del sol. Un sol a saco, despiadado, intenso, todopoderoso. Por eso hemos desarrollado formas de escondernos de él, como los emparrados, chambaos, sombrillas, toldos, sombreros y cremas protectoras. Todos procuramos no exponernos demasiado a sus rayos. Todos, menos mi madre. Si tuviera que elegir algún símbolo para referirme a mi madre, el sol sería su avatar perfecto, pues lo reverencia, lo persigue en verano y lo añora en invierno -las pocas veces que en Málaga no se deja ver. Al verla, cualquiera diría que su piel pecosa -es castaña de pelo pero pelirroja de piel- ya no admite más sol. Pero mi madre siempre busca su ratito de comunión con este dios que es como un antidepresivo para ella. Por eso en invierno se la puede ver leyendo el periódico -mientras se termina de hacer el puchero- en la terraza; y en verano, no duda en coger el bus que la lleva a los Baños del Carmen cada día que le dejan libre sus otros quehaceres. En mi opinión, tiene la extraña fuerza  de los "yonquis", pues yo, que puedo tomar mi dosis con sólo dar cinco pasos, jamas soy tan constante.


Puedo decir muchas cosas de mi madre: es honesta, abierta de mente y cabezota a la vez, trabajadora, tenaz, generosa, inteligente, sabia, muy atenta y cariñosa a su manera. Sin embargo, a pesar de todos los calificativos que he usado para definirla,  la tengo asociada con el verano y con el sol, ese sol que ella busca sin descanso y con fruición cada día, para obtener su dosis de serotonina que le ayuda con todo lo demás.  

Antes lo he dicho como de pasada. Ahora quiero subrayarlo. Mi madre es sabia. Con esa sabiduría que ayuda a vivir bien a pesar de los problemas que siempre se cruzan en nuestro camino. Y el sol del verano me ayuda a tenerlo presente. 

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