miércoles, 15 de agosto de 2018

Sombra


Sombra dibuja péndulos con la punta de su cola desde la cima del sofá. Ha subido ahí diligentemente al oír cómo le provocaba yo rascando la funda que lo cubre, como demostrando que toda la casa le pertenece y que no hay rincón que no pueda hacer suyo. No le importa si me siento a su lado, al menos no dice nada en contra, pero me deja claro que ella está por encima.

Le hace honor a su nombre. Todos los gatos son un poco ninjas,  pero Sombra vive en un minúsculo  apartamento atiborrado de libros y papeles en el que todo parece dispuesto para camuflarla. El apartamento fue la casa de verano de mis padres hasta que el quinto hijo tuvo que dejar la cuna que compartía habitación con el matrimonio. Ese año la familia alquiló un piso más grande en la misma localidad costera de Málaga y reconvirtió el apartamento en academia de verano. Hoy en día, es la vivienda de mi hermana del alma, mi sobrina Carmen, ahora en Alemania,  y la gata Sombra.

Sombra se oculta muy bien. El apartamento se divide, como las plazas de toros, en dos zonas bien definidas, una de sol (la que da a la calle) y otra de sombra (que da a un patio interior), y Sombra suele quedarse merodeando desde la intersección de ambas, como dispuesta siempre para la huída o para el ataque. Quizás sea porque aún no sabe bien si soy o no súbdita suya, ya que al maullarme explícitamente en el baño para que le diera de beber en el bidé, la he ignorado altivamente... Sólo intento que no me coma el terreno demasiado rápido,  aunque sospecho que no tardaré en rendirme a sus encantos.

¿Dónde se habrá escondido ahora? No he tardado mucho en rendirme.

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